Por Loretta Taylor

Loretta Taylor – Juvenile Justice Advocate’s Mobilization Coordinator

En una tarde soleada, me senté enfrente de un jóven de 19 años, a quien llamaré Nicólas, en una prisión en el Estado de Guerrero. Estuve allí para entrevistarlo sobre su experiencia y evaluar si podemos ofrecerle apoyo de alguna manera. Nicólas, quien está sentenciado a casi 4 años, me dio la mano al entrar en mi “oficina”. Cuando hablé con él, me enteré de que es de una ciudad aproximadamente a 4 horas de la prisión. “¿Te visita tu familia?”, le pregunté. “No”, respondió estoicamente. “No tienen suficiente dinero para visitarme”. Desea que su madre pueda visitarlo, pero debe bastar con escuchar su voz una vez al mes por teléfono. Mientras continuábamos la entrevista, me decepcionó saber que Nicólas carecía de algunas necesidades básicas, como jabón y desodorante; pero me alegró saber que tiene amigos en el centro que le regalarán lo que necesita. Su historia es común. De los 68 adolescentes que cumplen condena o esperan su sentencia en la prisión, más de la mitad de ellos no reciben visitas. Los mismos adolescentes reciben visitas regulares, mientras que otros solo han sido visitados una o dos veces.

Guerrero Juvenile Detention Center

 

Antes ese mismo día, me subí al autobús y tuve un sentimiento de nerviosismo y entusiasmo mientras imaginaba como iban las conversaciones. ¿Qué tan dispuestos estarían para abrirse a una desconocida? Una vez que llegué, pasé la mayor parte del día entrevistando a adolescentes varones y niñas, a los padres que estaban allí durante las horas de visita y a una empleada de la prisión. Comencé hablando con las familias. Compartieron las dificultades que enfrentan al visitar a sus hijos. Me impresionó particularmente la historia de una madre. Ella hace el viaje de dos días de Puerto Vallarta a Guerrero una vez al mes para visitar a su hijo, pagando alrededor de $2000 MXN por un boleto de autobús. Anteriormente, ella (junto con su esposo y su hija) había vivido en Guerrero, pero regresó a Puerto Vallarta debido a dificultades económicas. Cuando me contó sobre las dificultades que enfrenta, noté una sensación de alivio y liberación por su parte. Ella necesitaba a alguien que la escuchara y yo era esa persona.

 

Hablé con más adolescentes como Nicólas. Uno por uno, el guardia de seguridad los llevó de sus celdas a lo que suele ser el consultorio del psicólogo. Algunos de ellos eran tímidos y solo querían que la entrevista terminara lo antes posible. Algunos respondieron a mis preguntas sin reservas. Todos ellos fueron respetuosos y me dieron la mano al entrar en la habitación. Lo que obtuve del poco tiempo que pasé con estos jóvenes fue que ellos también son adolescentes “normales”. Al igual que muchos jóvenes, disfrutan jugando al fútbol y varios mencionaron que les encantaría tener más tiempo para disfrutar de tales actividades. Además de eso, ofrecieron pocas quejas, que parecían ser más porque ya no esperaban mucho y estaban acostumbrados al tratamiento que recibieron.

 

Tomé un enfoque diferente al hablar con las chicas encarceladas, entrevistando a las 6 como grupo. Cuando hablé con ellas, mis nervios habían desaparecido hacía mucho tiempo. Al igual que los hombres jóvenes, algunos de ellas no reciben visitas familiares. Si es necesario, comparten enseres entre ellas, lo que no me sorprendió lo más mínimo. Si bien estar juntas las 24 horas del día, los 7 días de la semana, como grupo, podría provocar sentimientos de animosidad, estas jóvenes parecen haber formado una fuerte amistad. También era un grupo curioso. Me pedían varias veces que dijera algo en inglés y se reían entre dientes cada vez que lo hacía.

 

Cuando salí del centro, oí un coro de despedidas. Estaba contento, pero la combinación de agotamiento y novedad de la experiencia me dejó poco tiempo para procesar los eventos del día. Lo que puedo ahora decir con total certeza es que conocí a algunos adolescentes y familias resistentes que aún no parecen estar endurecidos por sus circunstancias. Merecen un trato justo y un futuro brillante fuera de las cuatro paredes de la prisión.